El Periódico.
Barcelona.- A las 13.46 horas, los 50 pasajeros que el martes aguantaban estoicamente un viaje en uno de los autocares fletados por Renfe, desde Gavà hasta Barcelona, estallaron en un aplauso. Es que hasta un paseo turístico les brindó Renfe. El aplauso escondía frustración, nervios y mucho mosqueo.
El autocar había salido a las 12.26 de la estación de Gavà. Policía. Informadores varios. Al fin, un asiento y un vehículo con destino directo. En el interior del autocar, quien más quien menos contaba el rosario de horas perdidas y se aferraba a que, al fin, llegarían directos a Barcelona. Claro que eso era solo una suposición inocente.
Tan cerca y tan lejos
Ninguno de los pasajeros esperaba que a la altura de Montjuïc el conductor se confundiera y empezara un recorrido turístico por Barcelona. Todo fue rápido. El conductor, un señor recién venido de Galicia en misión Renfe, iba siguiendo a otro autocar que, al parecer, conocía la línea. Los pasajeros veían el final cerca y alguno hasta decía que hoy podría salir un poco más tarde.
Todo había ido bien, pero en Montjuïc empezaron los problemas. El conductor perdió al vehículo guía y empezó a seguir a otro autocar y, sorpresa, este era un bus turístico. En un abrir y cerrar de ojos, los pasajeros notaron que algo no andaba bien. La visión del Estadio de Montjuïc fue el primer interrogante. Miramar, una exclamación. El muelle, la señal de alarma y la primera broma: "Acabaremos en Mallorca".
Guiando al conductor
Un joven tomó las riendas y señaló al conductor que ese no era el camino. Consenso rápido entre los pasajeros. Enfilarían por Paral·lel. El autocar cogió la rotonda por un carril equivocado. "¡No! A la izquierda". Lo consiguió. Los pasajeros respiraron y empezaron a mirar el reloj, pero la ruta turística no había acabado. Ni las quejas. Ni las risas porque en la Renfe, decía una mujer "mejor reír que el cabreo lo llevas todo el día".
Todo el mundo pensó que, al fin, todo estaba solucionado y dejaron el liderazgo al joven. Craso error. El joven también pensó lo mismo. Era lógico. Se veía la fuente de la plaza de Espanya, pero el conductor no asoció esa fuente con el fin del trayecto.
Gritos, alarma. "¡A la izquierda!". Esta vez no y la Gran Via se tragó el autocar. En Gran Via, los pasajeros ya no sabían si reír o gritar. "¡Que se abran las puertas!" decía un joven. "Él no tiene la culpa", lo defendía una mujer. "¡Ay, la Sagrada Família", clamaba otra. Y el vehículo se caló. Silencio. Julia Gaitán cogió el mando. El conductor, obediente. La mujer con señas pidió ayuda a un urbano. Este ni caso. Quejas y pitidos al urbano. Solidaridad con el conductor, que encarriló con más seguridad el camino. "Que nos volvemos a Gavà", decía una pasajera.
Aplausos de felicitación
Pero en plaza de Cerdà dio la vuelta. Otra discusión. Que sí se puede dar la vuelta en la calle de Mèxic. Que no, que sí, que no. En la esquina, todos aguantaron la respiración. Se puede o no se puede. Sí, se pudo. Al final de la calle de Mèxic, vieron las dos torres venecianas.
El conductor se tranquilizó. Un sonoro aplauso. La gente lo felicitó. "Él no es Renfe", dijo una mujer. "Ya se podría saber el camino", dijo otra más crítica. La gente se bajó con prisa en el cuerpo. De repente, se acordaron de que llegaban tarde. Solo unos turistas preguntaban qué pasaba. No esperaban ver el mar. Sorpresas de Renfe.
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