La educación permite “cargar” programas en el cerebro que se ajusten a la ética social
Nuestra vida social es seguramente una caja de resonancia de nuestras disfunciones cerebrales. Cuando nos confrontamos con personas y situaciones de nuestro entorno, ¿por qué a veces juzgamos incorrectamente? ¿Por qué nos dejamos llevar por emociones? ¿Por qué nuestras reacciones son a veces inadecuadas, maliciosas o insensatas? Las imperfecciones de nuestra máquina cerebral afectan las relaciones en la familia, en el trabajo y en sociedad. Es importante reconocer y concienciarse de las causas últimas de muchos malentendidos y de muchos sufrimientos inútiles, aún entre personas psicológicamente “normales”. Por Blas Lara.
Cualquier interacción de la vida ordinaria entre la persona A y la persona B, puede ser descrita como una sucesión de intercambios de mensajes verbales y no verbales, que son secuencias de recepción de informaciones y de emisión de repuestas entre dos cerebros.
En última instancia, toda interacción binaria es una confrontación en sincronía entre dos cableados cerebrales diferentes, el de A versus el del B.
La máquina cerebral
Por sí solo, cada cerebro es una máquina praxeológica, es decir, un sistema de producción de respuestas a los estímulos que le vienen del mundo exterior.
Esquemáticamente, la máquina cerebral posee unas memorias (o redes) perceptuales que reciben y tratan las entradas de información, y otras memorias ejecutivas que gestionan las salidas o respuestas. Y entre ambas tienen lugar unos intensos procesamientos intermedios.
Aunque tenga cierto valor pedagógico, no sería riguroso imaginar al cerebro como un conjunto de procesadores en serie en una línea de fabricación. En realidad su “modus operandi” es el de un procesamiento gradual con bucles, como una orquesta que elabora iterativa, progresiva y conjuntamente los temas melódicos, privilegiando por momentos conjuntos instrumentales particulares.
Disfunciones
La máquina cerebral no es tan perfecta como lo pretende la “doxa”, filosóficamente correcta. Y no solamente en casos patológicos sino en las personas aparentemente normales de la vida diaria. (Aunque en algunas ocasiones ciertas disfunciones sean atribuibles a lesiones ocultas pero menores de tal o tal región del cerebro).
Siguen algunas de las disfunciones frecuentes agrupadas por funcionalidades.
I. Actividad de las memorias perceptuales
• Las señales que se refieren a un mismo “objeto” del mundo exterior son múltiples y emergen dispersas en la topología del cerebro. Provienen del cortex sensorial y de asociaciones de memorias preexistentes. Esos miles de señales tampoco aparecen en simultaneidad. Por eso es necesario que algo agregue e integre esa diversidad de señales “intencionalmente” asociadas a un mismo objeto.
• El proceso de reconocimiento de forma y de identificación del objeto no es meramente pasivo. Entran en juego memorias asociativas de experiencias pasadas que rellenan los “huecos” de una información entrante incompleta, además de proveer el marco de clasificación. El objeto será identificado mediante comparaciones ascendientes y descendientes a lo largo de redes neuronales jerarquizadas. Finalmente se producirá un “etiquetado” del objeto en las memorias semánticas.
Disfunciones
• La integración de las señales requiere sincronización de los ritmos al compás del metrónomo que es el cerebelo. Además las diferentes localizaciones cerebrales deben sintonizar sobre la misma frecuencia de 40Hz generada por el tálamo. Cuando la sincronización y la sintonización no son perfectas por insuficiencias eléctricas o de neurotransmisores, aparecen disfunciones tales como la hiperactividad o el déficit de atención.
• El cerebro representa mal las situaciones. Percibimos al Otro como quizás no es. Las percepciones del mundo son incompletas. Por eso las memorias asociativas y declarativas preexistentes tienen que colmar los « agujeros » en lo “dado” (das Gegebene) y proveer el marco global interpretativo. Resultado indeseable: esas añadiduras activas del cerebro deforman a veces la imagen « objetiva » del objeto.
• Errores de identificación. Sobrevienen porque los procesos en bucle de reconocimiento de formas y de identificación son interrumpidos prematuramente, unas veces para economizar energía, otras por la urgencia del tiempo.
Así fabricamos etiquetas interpretativas erróneas de manera expeditiva. Un ejemplo entre miles: los prejuicios relativos al estatuto social, profesión, clase social, raza o sexo del Otro. Es más rápido y económico servirse de estos estereotipos culturales que son abstracciones almacenadas en el neocortex como etiquetas simplificadoras.
II. Procesamientos intermedios
Tienen lugar en dos instancias la límbica y la cortical. Aunque, repetimos, funcionan en bucle. La amígdala y el cortex orbitofrontal acoplan las entradas sensoriales a redes informativas sobre estados emocionales y somáticos.
Instancia límbica
• Los estímulos sensoriales, inductores primarios, producen placer o aversión en zonas específicas de la amígdala. Sobrevienen reacciones motoras, autónomas y endocrinas que son las expresiones emocionales que hacen que el “yo” se implique bajo la forma de conciencia corporal. • La situación planteada puede dar lugar a la acción- respuesta - o a la inhibición. Instancia cortical
• Antes desencadenar la respuesta, paralelamente con los mecanismos límbicos, entran en cooperación las funciones de anticipación y de planificación del cortex prefrontal, ya que el cortex crea por asociación imágenes del futuro y es responsable de los comportamientos orientados hacia la consecución de finalidades.
Disfunciones
Las disfunciones se traducen en: a)lanzamientos inapropiados del programa de acción, b) bloqueos, inhibiciones.
La consecuencia visible del lanzamiento inapropiado es la producción de excesos verbales o acciones indeseables. Se trata de programas de acción incontrolados. Los filtros de la razón impedirían el lanzamiento de la acción a lo largo de la cadena constituida por los ganglios basales, cortex motor, cerebelo, etc.
Las perturbaciones emocionales que causan disfunciones tienen multitud de causas posibles. Por ejemplo:
• la asociación improcedente de la experiencia actual con una memoria ya vivida y “marcada” negativamente,
• el “recalentamiento” límbico,
• el estrés, la fatiga,
• la intolerancia de los efectos de la somatización de las emociones por la vía del sistema autónomo (simpático-parasimpático).
La incoherencia lógica de los razonamientos. Debida a ¿impregnación emocional, intereses personales? ¿A falta de inteligencia? ¿Qué es en neurociencias la falta inteligencia? ¿Baja conectividad sináptica, falta de sensibilidad,…?
III. Memorias ejecutivas
Las memorias ejecutivas, si non bloqueadas, concurren al “disparo” de la acción.
• Los estados emocionales pueden ser inhibidos de una de dos maneras: 1) A la raíz, por una cooperación límbico amigdalina preconsciente, para conseguir volver al estado de homeostasis emocional y biológica. 2) Al nivel consciente, el neocortex junto con la región baso lateral amigdalina inhiben los “incendios” emocionales.
• La activación de las redes cognitivas y emocionales se prosigue en bucle constante hasta que es interrumpida por el disparo – firing –de origen límbico y/o basoganglial, bajo control neocortical más o menos presente. De ahí se sigue la respuesta o acción.
Disfunciones en la producción de respuestas
Los programas de acción provienen del sistema límbico y / o del neocortex. En caso de programas competidores, habrá disfunción cuando prevalezcan indebidamente la razón o el sentimiento. Pero, decimos indebidamente, ¿con relación a qué estándar? Estamos bordeando la ética y no es tarea científica entrar en ese terreno.
Sin embargo creo que se puede convenir generalmente en llamar disfunciones de comportamiento a los casos siguientes:
• Prevalencia del límbico en comportamientos paradójicos bien estudiados por los economistas. El miedo al riesgo o la ambición excesiva nos desvían de la decisión racional a pesar de que la esperanza matemática de ganancia o utilidad sea claramente adversa. De ello sacan partido los Seguros (miedo), y las instituciones de juegos de azar (ambición). La aversión al riesgo y el gusto excesivo por el riesgo conducen a errores flagrantes de la estimación de probabilidades no solamente en el área económica sino en muchas áreas del comportamiento.
• Parálisis de la decisión por exceso de información o por déficit de combustibles bioquímicos del “motor” límbico. (Lo que corresponde a la expresión popular de falta de “testosterona”).
• Hiperracionalización inhumana: el síndrome del terrorista suicida. La capacidad crítica del cerebro es mucho más baja de lo que el racionalismo filosófico admite. Hay quien llega a suicidarse- y lo que es peor (?) a matar a otros - por una “creencia” religiosa o política. (Los imperativos éticos y religiosos responden a cableados en las memorias declarativas). ¿Cómo explicar científicamente el acto del terrorista suicida en cuyo cerebro hay conflicto entre evitar el acto por miedo, límbico, y actuar según el programa cultural concurrente, neocortical? En casos menos extremos de la vida ordinaria se plantean conflictos similares entre programas de respuesta concurrentes.
• Comportamientos irracionales. Prevalecen los programas que satisfacen los impulsos hedonistas de recompensa inmediata, como es la producción adicional de un neurotransmisor, por encima del análisis neocortical cuya función es imaginar y evaluar el futuro. Caso de la droga.
• El decisor perplejo. No hay programa en las memorias ejecutivas disponible para responder a los estímulos y que haya sido evaluado como deseable o adecuado por el complejo límbico-neocortical. En ese caso, predomina un estado de indecisión y hasta de miedo al riesgo que impide a los ganglios basales enviar mensajes al lóbulo frontal y hace posible la difusión de emociones vagas y confusas y los comportamientos incoherentes.
Unas ideas para concluir
1) Los errores de funcionamiento del cerebro normal ocasionan diariamente malentendidos y conflictos. Moralmente, no siempre son enteramente imputables al sujeto, puesto que corresponden a las limitaciones de nuestro cerebro o a lesiones menores. Otras veces las causas hay que buscarlas en programas que nuestra biografía ha almacenado en nuestras memorias, condicionando percepciones, emociones y comportamientos. En suma, motivos para la comprensión y la tolerancia.
2) Es más preocupante que esas disfunciones cerebrales afecten a los gobernantes. Algo que queda de manifiesto a través del análisis lógico de su estructura de discurso y de su comunicación no verbal, que hoy nos es dado realizar delante del televisor.
3) La adquisición de una amplia panoplia de respuestas para compensar en parte las deficiencias de nuestra máquina imperfecta, debiera ser uno de los objetivos mayores de los proyectos educativos. La educación permite “cargar” programas en el cerebro que se ajusten a la lógica de las situaciones y a la ética social requeridas en las interacciones futuras.
Blas Lara es Catedrático emérito de la Universidad de Lausanne en Suiza.
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