La depresión navideña es un estado de ánimo que no se diferencia demasiado de lo que se conoce como depresión común. Es más, la tristeza, la melancolía y el pesimismo se agravan por toda la carga sentimental que suele rodear a estas fiestas.
Diversos estudios han llegado a la conclusión de que en esta época del año, teóricamente marcada por la felicidad y la ilusión, los casos de bajones anímicos y de suicidios aumentan hasta un 40 por ciento.
El perfil de individuo más propenso a esta afección correspondería a mujeres solas, personas de la tercera edad y sujetos que se hayan visto involucrados en graves impactos emocionales, como la pérdida de un ser querido, experiencias traumáticas, etc. La depresión navideña se caracteriza por tristeza, nostalgia, apatía, pérdida de peso y de apetito sexual, aislamiento, trastornos del sueño...
Por norma general, el riesgo de entrar en una depresión navideña se incrementa por varias razones: cuando se ha producido la muerte de un ser querido y los recuerdos afloran en toda su magnitud, o por la imposibilidad de reencontrarse con personas que viven lejos y a las que hace mucho tiempo que no se ve; individuos que arrastran secuelas emocionales por algún trauma o experiencia negativa de la vida que vuelve a rememorarse por estas fechas; la contradicción que supone no ser feliz en una época en la que, debido a la presión sociocultural, parece que todo el mundo deba serlo; y la disponibilidad económica, puesto que la falta de recursos puede abocar al sujeto a un estado de infelicidad por no haber podido comprar aquello que se deseaba.
Por supuesto, cualquier persona que sufra estos síntomas psicológicos debe ponerse en manos de un especialista.
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